''Cuarto compartido'' - 17 Años
—Pásame el azúcar.
—Lo tienes a diez centímetros de tu brazo, tómala tú.
— ¡Que me des el azúcar, Jorge!
— ¡No!
—
¡Listo, no me caso, pido el divorcio absoluto, contrataré a alguien
para que llegue a mitad de la boda y diga “yo me opongo”! —le grité a
Jorge en el desayuno.
Las cosas no iban bien, tal vez ojos verdes
estuviera considerando el matrimonio ahora que éramos novios oficiales.
Había pasado una semana desde su cumpleaños y nuestro compromiso, pero
más allá de parecer la pareja feliz que fuimos en el parque de
diversiones con los chicos, volvimos a ser los mismos de antes. Y de
alguna manera eso me gustaba.
—Toma —me extendió el frasco de
azúcar con la cabeza gacha y la voz cansada, esto de las peleas le
estaba estresando, aunque para mí eran un respiro de tantos besos y
cariños que me daba en la escuela.
Si creía que la peor parte había
pasado cuando les contamos a nuestros amigos que nos casaríamos, es
porque había olvidado que aún iba a clases. Todas las chicas comenzaron a
dedicarme miradas aterradoras, los chicos nos molestaban con la luna de
miel y Facu… él era el primero en iniciar las burlas.
—Tini, ¿me
puedes acercar la miel? —me pidió Holly. La miel estaba más lejos que
el azúcar, así que me levanté y la tomé para entregársela.
— ¡¿Te
paras por la miel y no por el azúcar?! —exclamó Jorge su cuello iba
acalorándose por la frustración y no paró de bufar hasta que terminamos
de desayunar.
Mi padre que ya se había ido al trabajo, mamá
desayunaba en la cama cuando se despertaba –al mediodía-, Lily no se
encontraba en casa porque ahora vivía en la universidad y Cecilia comía
en la cocina. Nuestros desayunos sin la supervisión de un adulto eran un
caos total.
—Iré a lavarme los dientes, espérenme —nos avisó Holly mientras corría escaleras arriba.
Nos
quedamos solos en la entrada, listos para irnos a la escuela. Miré de
soslayo a Jorge, nunca logró usar el uniforme como se debía: la chaqueta
arrugada, la camisa afuera, los pantalones por debajo de lo normal y la
corbata suelta alrededor de su cuello.
Me acerqué a él y comencé a
anudar su corbata, al menos se vería un poco más presentable. A veces me
preguntaba qué había pasado con el chico que todos adoraban de pequeño.
—Tienes
que pasarla por abajo, la pones por aquí y ya está —mientras le
arreglaba la corbata le daba indicaciones para que aprendiera. Él me
dedicó una sonrisa y besó mi mejilla.
—Tendrás que darme clases
particulares si quieres que aprenda a cómo anudar esta cosa —me dijo,
sosteniendo entre las manos el extremo largo de la corbata.
—No es
necesario, puedo hacer esto todas las mañanas —le dije, restándole
importancia con la mano. Sin embargo, para Jorge, mis insignificantes
gestos de amabilidad tenían mucha relevancia.
Entrelazó nuestras manos y tiró de mí para quedar más cerca de él.
—
¿Te había dicho que te amo? —susurró en mi oído. Me estremecí, durante
la última semana el papel de esposa me estaba afectando demasiado,
cuando quería aparentar que no me importaba nuestro matrimonio, él hacía
algo extremadamente dulce que hacía que mi corazón se agitara y que mi
pulso se disparara.
—Creo que unas mil veces —le respondí tratando de alejarme.
—
¿Tan pocas? — Jorge y su romanticismo, me enfermaba para bien y para
mal—. Entonces tendré que decírtelo unas mil veces más por el resto del
día.
— Jorge, eres un chico, no puedes ser tan… así.
— ¿Así cómo? —me preguntó abrazándome de espaldas.
—Así… tan… no lo sé, pero se supone que yo debería ser la cursi, no tú —le espeté volteándome para quedar cara a cara.
—Pero tú no eres así, además, esperé diez años para hacer esto —con una mano levantó mi mentón y me besó en los labios.
—Y lo podrás hacer lo que te queda de vida —le aseguré cuando dejó de besarme— Pero esta mañana no es la indicada, ¿de acuerdo?
—Gruñona
—murmuró, pero igual lo escuché. Parecía molesto, no quería que
estuviera enojado ni nada parecido así que, agarre todas mis fuerzas de
voluntad y le di un enorme beso en la mejilla. El solo me miro y sonrió.
Holly
regresó y nos fuimos a la escuela. Me dejaban conducir en la semana
para trasladarnos cada vez que quisiéramos: Para ir a la escuela, para
volver a casa, para visitar a mis amigas o dejar a Jorge en la
pastelería que trabajaba.
—Te iré a dejar a tu salón, tengo que hablar con Facu—me dijo Jorge cuando llegamos a la escuela y caminábamos por los pasillos.
Asentí en silencio, ¿de qué querría hablar con él?
—
¡La pareja del año, Martina y Jorge! —exclamó Facundo cuando nos vio
entrar. Mis compañeros se rieron y nos dieron golpes en la espalda como
saludo, las chicas mantuvieron la distancia pero miraron de reojo a
Jorge.
Él apartó a Facu en seguida y estuvieron conversando hasta que
la campana sonó. Se veían serios, parecía ser un tema de suma
importancia del que hablaban.
Jorge se acercó a mí y me besó en la frente como despedida, los demás no esperaron a gritar cosas obscenas acerca de nosotros.
Y eso que recién eran las ocho.
Al
recreo busqué a mis amigas, Mechi estaba saliendo de su salón cuando la
encontré. Le pregunté si había vuelto a ver a Pablo y me dijo que esa
tarde la iría a buscar a la salida, se veía feliz y enamorada. Lástima
que su padre no aceptara a cualquier chico como su novio, era muy
estricto y siempre discutían. Aun así, Mechi era alegre y estaba
dispuesta a olvidar sus problemas con tal de ayudar a los demás.
Cuando se nos unieron Alba y Lodo, comenzamos a hablar de cosas sin sentido hasta que Mechi tocó el tema de la boda.
—Creo
que deberías contratar a alguien para que te ayude a organizar el gran
día, como estarás en clases y Jorge está más que ocupado…
—Todo
calculado, Mercedes—le respondí—. La hermana de Nicolas es organizadora
de eventos, el otro día hablamos por teléfono y ella se encargará de
todo.
Con eso quedaron más tranquilas y continuamos como si nada.
Pero cada vez que decían la palabra “boda” mi estómago se retorcía, los
nervios que sentía de sólo saber que compartiría mi vida con Jorge eran
insoportables. Y estaba segura de que no sería como estos diez años de
peleas, él quería que yo fuera su mujer no Tini Descerebrada.
A la salida, busqué a Holly y nos fuimos a casa. Jorge se iba directo al trabajo y para eso sólo tomaba el autobús.
A
veces, aunque me costara admitirlo, me gustaría ser como Jorge. Él era
listo, agradable, la gente lo amaba y podía hacer lo que quisiera. En
cambio yo, era pesimista, tonta, despistada y mal agradecida. ¿Por qué
Jorge se había fijado en mí? Seguro fue porque pasamos más de la mitad
de nuestra vida juntos. Y ahora esperaba pasar el resto de lo que nos
quedaba.
Me encerré en mi cuarto a esperar a que dieran las ocho,
la hora en que Jorge terminaba su turno y yo iba a recogerlo. Leí toda
la tarde mi libro de “Peter Pan”, ese que ojos verdes me regaló.
Un
lado me decía que tenía que casarme con Jorge porque se lo debía y otro
me gritaba que esto era una injusticia. Sin embargo, un término medio
susurraba que él de verdad me gustaba, que lo quería y que con el tiempo
llegaría a amarlo.
Bajé el libro y lo guardé en el estante que tenía
al lado de la ventana al darme cuenta que no podría concentrarme si
seguía pensando en él.
De verdad sentía cosas por Jorge, también
pensaba que se lo debía y además creía que era una injusticia, todas las
cosas juntas me provocaban un dolor de cabeza. Revisé la hora y eran
las siete.
Tenía que hacer algo, si en realidad quería hacerlo feliz
sin importar que tan desacuerdo estuviera yo, tenía que hacer algo que a
él le gustara… ¿pero qué?
Entonces lo supe.
Bajé la escalera y
fui directo a la sala de estar. Allí estaban Cecilia y Holly, repasando
una presentación que mi hermana tenía que dar para una clase de
Historia.
— ¿Sucede algo, Martina? —me preguntó Cecilia al verme tan agitada.
—Necesito hablar contigo —le dije. Ella le indicó unas cosas a Holly y me siguió.
Nos quedamos de pie en medio del pasillo entre el comedor y la cocina.
—Es
sobre Jorge, ¿cierto? —asentí en silencio y me mordí la lengua. No, ya
no quería hablar con ella sobre su hijo, porque ahora no era mi niñera a
la cual le decía que Jorge me molestaba, sino que desde hace una semana
era mi suegra.
—Quiero saber cómo hacer feliz a Jorge —le dije con la mirada baja.
—Eso no te lo puedo decir, no hay una fórmula para hacer feliz a las personas —me dijo.
—Pero tengo que saber cómo ser lo mejor para él —insistí.
Me miró de manera maternal y me apartó el cabello que cubría mis ojos con delicadeza.
—Él
te ama, no importa lo que hagas, eso no le hará cambiar de parecer. Lo
mejor que podrías hacer por Jorge es amarlo, pero no te puedo obligar a
eso —estuve de acuerdo con ella—. Sin embargo, sí te puedo pedir que
dejes que él intente enamorarte.
— ¿Eso lo hará feliz? —ella sonrió y se cruzó de brazos, de nuevo tenía esa mirada de madre orgullosa.
—Más
que feliz, aunque tengo que reconocer que tú sola lo estás haciendo
—ladeé la cabeza confundida, ¿de qué hablaba? —. Quieres hacer feliz a
mi hijo a costa de tu felicidad, porque no es ningún secreto que el
matrimonio no te gusta. Y aun así, tratas de que esto funcione. Eso es
amor, Martina.
Cecilia se fue para terminar el trabajo con Holly y yo volví a mi habitación con las palabras de Cecilia en mi cabeza.
¿Amor? Me costaba creerlo, pero no era tan imposible.
Observé
mis cosas, mi cama, mi armario, mis libros, la ropa tirada por el
suelo. Mi cuarto era mucho más grande que el de Jorge. Me pregunté,
cuando estemos casados y tengamos que compartir habitación y tuviera que
llevar un número reducido de cosas, ¿qué llevaría?
Me decidí por mi almohada, era cómoda y lo único que necesitaba en una mudanza, aparte del colchón.
La
tomé y fui hasta el cuarto de Jorge, la dejé al lado de su almohada y
la contemplé unos segundos. Aún no parecía el cuarto de una pareja.
Volví
con ropa y algunos libros, además de mis cd’s, unos cuantos zapatos y
mi cepillo de dientes. Lo ordené todo, los libros en el estante de
Jorge, los cd’s junto a los de él, el cepillo en el baño e hice espacio
en su armario para mi ropa, también aproveché de doblar sus pantalones y
sus camisetas.
(…)
— Jorge, van a ser las nueve, ¿no puedes dejar esto para mañana? —le pregunté.
Hace
más de media hora que lo esperaba sentada frente al mostrador de
pasteles, él insistía en dejar todo acomodado. Me dio risa, su
habitación era un desastre y se ponía a limpiar lugares ajenos.
—Si quieres, vete. Puedo tomar el autobús.
— ¿Estás loco? No pienso dejar a mi futuro esposo solo, en medio de la noche, con un frío bajo cero —le dije sin pensar.
—La semana pasada me dejaste dos veces, ¿por qué ahora estás tan desesperada por volver conmigo?
¿Qué
clase de pregunta era esa? Cecilia me había dicho que me dejara
enamorar por él, pero a este paso sólo conseguiría que me enfadara más.
—Porque tengo una sorpresa para ti —eso pareció llamarle la atención—. Así que te apuras o te la pierdes.
Resopló
resignado y se fue a cambiar el uniforme. Regresó a los cinco minutos y
nos fuimos a casa. En el camino no dejó de molestarme sobre la
sorpresa, le decía que cuando llegáramos lo sabría.
Ya conocía su
rutina, después del trabajo charlaba con Holly en la sala de estar
mientras veían televisión, después cenábamos todos juntos en el comedor,
luego se ofrecía para lavar los platos a pesar de tener personal que se
encargaba de eso, y finalmente se preparaba para dormir.
No lo dejé
solo en ningún minuto, incluso lavé los platos con él. Fue divertido y
agotador, nunca antes había lavado algo y resultó que era bastante
normal hacer eso en otros hogares, según Olga.
Cuando Jorge subió para acostarse, me miró extrañado. Yo iba detrás de él como su sombra.
—Esto es raro, no acostumbras a pasar tanto tiempo a mi lado, ¿te ocurre algo?
—La sorpresa —le recordé. Él asintió y comprendió.
—Por eso te ves tan ansiosa.
Abrió
la puerta de su cuarto y entró mientras me decía que esperaba que la
sorpresa fuera algo increíble. No pude definir bien si de verdad le
resultó así cuando vio su habitación transformada, pero que estaba
sorprendido, lo estaba.
— ¿Qué hiciste? —me preguntó en un hilo de voz.
—Bueno,
pensé que si tendríamos que dormir juntos cuando estuviéramos casados,
sería mejor hacerlo desde ya para que no nos peleemos en nuestra primera
noche juntos.
A pesar de que el cuarto era pequeño y había un
pequeño espacio entre la cama y la puerta, más el baño, se veía bastante
acogedor.
—No era necesario, no te voy a obligar a hacer algo
que no quieres —dijo de pronto. Tragué las ganas de gritarle, era
hipócrita decirme eso después de lo de la propuesta. Me contuve, no
arruinaría esto, siempre las cosas me salían mal, era una buena para
nada. Esto tenía que salir bien.
—Pero yo quiero —era mitad
verdad, sí quería pero no por las razones conyúgales, sino para
demostrarme a mí misma de que era capaz de lograr algo sin arruinarlo.
—Entonces, demuéstralo —sentenció.
Era un golpe bajo, no me esperaba eso.
Sabía a lo que se refería, Jorge era el que siempre me besaba, ¿pero besarlo yo a él?…si no quedaba de otra…
—Está bien, pero tienes que cerrar los ojos —él los cerró sin protestar.
Me
acerqué hasta él y pensé de la misma forma que esa vez en la audición
para Romeo y Julieta. Tenía que demostrarle que esto era lo que quería.
También
cerré los ojos y lo besé. Era diferente besar a alguien que a ser
besada, me sentía mejor conmigo al saber que estaba haciendo algo que
tal vez haría feliz a Jorge, porque para eso me había cambiado de
cuarto.
De pronto, sentí que su lengua me hacía cosquillas. Me separé
de inmediato, si lo dejaba ir más allá perdería el control y eso era lo
que menos quería ahora que dormiría con él.
—Te creo —me dijo después de unos segundos en completo silencio— Pero el lado derecho de la cama es mío.
Se
cambió en el baño y yo me puse mi pijama de vaquitas antes de que
saliera. Después de cepillarnos los dientes y ver televisión un rato,
pasamos a la incómoda tarea de acostarnos.
Al principio fue raro, ya no tenía tanto espacio como en mi cama, pero tampoco fue tan malo como imaginé.
Vi
la hora en el reloj digital que Jorge tenía en el velador, eran las dos
de la mañana y todavía no podía conciliar el sueño. Me removí un poco y
quedé cara a cara con Jorge, pero no podía distinguir si estaba dormido
o no.
— Jorge … —susurré.
—Dime —me dijo. Así que tampoco podía dormir.
— ¿Eres feliz? —inquirí nerviosa, su respuesta me diría si mis esfuerzos habían sido en vano o por el contrario, funcionaron.
— ¿Feliz en qué sentido?
—Feliz, aquí conmigo —contuve la respiración a la espera de que contestara.
—Tini…
—murmuró. De repente, en medio de la oscuridad, sentí como pasó un
brazo por mi cintura y me acercó a él. Me besó casi con miedo, como si
temiera a que lo fuera a rechazar. Acomodé mi cabeza sobre su pecho y
esperé a que dijera algo más.
—Mientras esté a tu lado, siempre seré feliz.
No
supe descifrar a que se debieron las mariposas en mi estómago, tampoco
la adrenalina que comenzó a correr por mis venas, pero esas palabras
también me hicieron feliz, y no había nada mejor que dormirse con ese
sentimiento en el cuerpo.
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