'' El campamento'' - 16 años
—Vamos,
Martina. No hagas esto —me decía mi madre, intentando controlarse, pero
podía percibir en su voz que estaba totalmente desesperada tanto por la
escena que estaba montando como por la vergüenza que esto le causaba.
— ¡No, no me moveré de aquí! —le grité.
Estaba
abrazada a un árbol, mi padre y Jorge habían intentado soltarme de
allí, pero no lo lograron. Me aferré con más fuerza y no me moví ni un
centímetro. Agarraron mis pies y tiraron de mí, pero tampoco aflojé el
agarre.
— ¡Sólo es una escuela de verano, Tini! —me gritó Jorge.
No lo quise escuchar, si lo hacía me pondría nerviosa y los brazos me
flaquearían.
— ¡Cállate, esto es tu culpa! —exclamé.
Algunas
personas se nos quedaban mirando, nos encontrábamos a la entrada de la
escuela de verano para niños matemáticos en medio del bosque. Había
reprobado matemáticas y si lo volvía a hacer el próximo semestre,
repetiría el año nuevamente. Así que mi maestra conversó con mis padres y
acordaron que asistiría todo mi verano aquí para reforzar. Para mis
padres y la escuela fue la solución perfecta a mi falta de voluntad con
los números, para mí significaba una tortura. Podría terminar agonizando
si pasaba una semana allí. Estaba segura.
— ¡¿Mi culpa?! ¿Qué
tengo que ver yo? —me preguntó Jorge, tirando de mis pies. Cecilia se
había unido a ayudarlos y ahora se me hacía más difícil mantener mis
brazos junto al árbol.
— ¡Eres más listo, me haces parecer una tonta!
—le dije. Lo decía de broma, me importaba en absoluto parecer una tonta
o una chica lista, sólo quería que me soltaran. Pero Jorge pareció
pensarlo y me soltó. Se fue al lado de mi madre con el rostro serio y me
miró con tristeza.
Me había creído. Era muy débil a la hora de detectar mentiras.
—Martina,
vamos. No es tan malo como piensas, harás amigos nuevos y hasta puede
que te diviertas —me dijo Cecilia. No era tan malo si lo ponía así, lo
que sucedía era que yo no quería más amigos, con los que tenía me
bastaba. Y los números jamás serían divertidos.
— ¡No me soltaré, tendrán que amputarme los brazos si quieren que entre!
—Traeré la cierra —escuché que decía Lily.
—
¡Puedes encontrar novio allá, Martina! —me gritó Holly. La pequeña
Holly ya tenía doce años y en lo único que pensaba era en chicos, aun
así me pareció graciosa su manera de convencerme.
— ¿Tienen
problemas? —dijo alguien. Moví la cabeza un poco y vi que era un hombre
vestido de militar, era mayor y en su pecho tenía insignias y medallas. A
su lado iba un chico moreno y alto, aparentaba mi edad.
Jorge se le quedó mirando con mala cara, como Nana cuando se acercaba a Snow, el gato de Holly.
—Es mi hija, no quiere entrar —le explicó mi madre. El hombre sonrió y me dedicó una mirada rápida. Me dio miedo.
— ¿Reprobada, cierto?
Mi madre asintió y el hombre miró al chico.
—Mi
hijo también está aquí contra su voluntad, pero los chicos de hoy en
día necesitan disciplina —y dicho eso le preguntó a mi madre si
necesitaba ayuda para disciplinarme, ella asintió y supe lo que pasaría.
El
hombre se acercó hasta donde mi padre y Cecilia forcejeaban, ellos me
soltaron, el hombre me agarró de un pie y tiró de mí. Ni aunque tuviera
músculos habría seguido abrazada al árbol, caí al suelo sobre el húmedo
césped y me ensucié la ropa.
Jorge corrió a ayudarme. Debía
admitir que desde el incidente de Sparks –que en paz descanse-, se había
vuelto más atento. Seguíamos peleándonos como perros y gatos, pero
después se disculpaba y me regalaba galletas o un pastel de manzanas que
robaba de la cocina.
— ¿Cómo le hace eso? Se pudo haber
lastimado —exclamó Jorge, dirigiéndose al hombre militar. Él rio, su
risa era tosca y desagradable.
—Calma, chico. Tu novia está bien —le dijo él.
El chico moreno alzó la vista, no me había mirado en todo este rato, y tampoco lo hacía ahora. Miraba a Jorge.
—Él
no es mi novio —dije, colocándome de pie. Me sacudí la ropa, pero Jorge
me detuvo para sacudirla él. Tenía que sentirse muy culpable por la
muerte de Sparks.
—Entonces lo parece, míralo, está sometido a ti
—Jorge dejó de sacudirme en cuanto el hombre dijo eso. Se sonrojo e
intentó alejarse de mí, pero dio un paso y se arrepintió.
—Bueno,
gracias por su ayuda. Ya puede irse —se apresuró en decir Cecilia. El
instinto de madre la obligaba a defender a su hijo, y ese hombre se
estaba metiendo con Jorge.
—No se alarme, sólo bromeo —el hombre se
dio media vuelta y se acercó a su hijo—. Tú, aprende o ya verás tu
castigo —el chico asintió sin mirarlo a los ojos, bajando la mirada.
Estaba rígido y su rostro era inexpresivo, ya imaginaba el tipo de
relación padre e hijo que tenían.
El hombre se subió a un auto negro que estaba estacionado a unos metros de distancia del nuestro y se fue sin mirar atrás.
Yo
me crucé de brazos, el chico no se movió de allí. Mis padres bajaron
mis maletas y con la ayuda de Cecilia las entraron al campamento antes
de que me arrepintiera.
Hablarían con el encargado para asegurarse de que no me escapara.
—Te
enviaré galletas para que no estés de mal humor —prometió Jorge. Recién
me daba cuenta que estas semanas serían el lapsus de tiempo más largo
en el que estaríamos separados, ya estaba tan acostumbrada a su
presencia que sentía como la nostalgia se me incrustaba en el pecho.
Pero él no tenía que saber que lo extrañaría. Yo lo odiaba.
—Gracias —le dije.
El chico no paraba de mirarnos, me estaba poniendo nerviosa.
Tenía unos ojos intensos que incluso en la distancia eran como rayos láser. Observaba cada movimiento que hacíamos.
— ¡¿Cuál es tu problema?! —le grité cuando no lo soporté más. Jorge, Lily y Holly se voltearon a mirarme y después al chico.
—
¿Seguro que no son novios? —inquirió. Las rodillas me temblaron con su
pregunta, ¿por qué todo el mundo creía que éramos novios?
—No lo somos y nunca lo seremos —sentencié. Me exasperaba este tema.
Pero
cometí un error. Miré a Jorge para decirle que me apoyara, sin embargo,
él miraba hacia otro lado mordiéndose el labio inferior ¿Y ahora qué le
pasaba?
—Martina, eres muy cruel con Jorge—me dijo Holly.
Entonces comprendí.
Jorge no quería quedar como un perdedor sin novia ante este chico.
Era tan idiota.
— ¡Ruggero, mi amor, volviste!
Todos
nos giramos a ver quién gritaba. Del campamento salió corriendo un
chico alto, de cabello negro, con una enorme sonrisa, sin zapatos y con
los brazos abiertos. Cuando llegó hasta nosotros, abrazó efusivamente al
chico con el que estaba discutiendo. Ellos si parecían novios.
—Nicolas, no, suéltame —se quejaba el que suponía era Federico
—No, mi vida. Esperé todo un año para volverte a ver —le decía el otro, besándolo en el rostro.
Traté
de aguantar la risa, pero no podía soportarlo más. Reí como si el mundo
se fuera a acabar, si Jorge no me hubiese sostenido estaría rodando en
el suelo por la risa.
— ¿Quiénes son ellos, mi amor? —le preguntó el chico amoroso a Ruggero.
—No lo sé, pero son novios.
— ¡No somos novios! —exclamé, dejando de reír. Ruggero sonreía, quería verme enojada y lo estaba consiguiendo.
—
¿En serio? Entonces es mi día de suerte, encontré amante —Nico se
acercó a nosotros y antes de darme cuenta ya estaba abrazando a Jorge
mientras le acariciaba sus mechones castaños.
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