'' ¿Te quieres casar conmigo?'' - 16 Años
Jorge
se marchó con mis padres muy preocupado de mi bienestar, según él había
insectos peligrosos por este bosque, sin mencionar que era alérgica a
todo tipo de cosas. Nicolás lo molestó diciendo que me encontraba en
buenas manos junto a él y Ruggero.
A
la semana, Jorge volvió. Había hablado con los encargados del
campamento y consiguió entrar gracias a sus excelentes calificaciones.
Lo que resultaría una aventura en el bosque con dos nuevos amigos que
hice por accidente sin la compañía de Jorge, resultó ser siete semanas
con un par de locos y un chico sobreprotector.
Para horror de
Jorge habían sólo diez chicas en un campamento con 500 chicos. Casi se
desmayó cuando supo que los cuartos eran mixtos. Exigió dormir en la
misma cabaña que yo, donde por cosas del destino también dormían Nicolás
y Ruggero.
Una vez le hicimos una broma y a costa de sus celos,
me acosté en la misma cama que Ruggero. Habíamos madrugado para que todo
saliera de acuerdo al plan. Rasgamos la ropa y la dejamos tirada por
cualquier lugar del piso, Nicolás desordenó las sábanas de la cama
mientras Rugge y yo nos despeinábamos y así nos metimos en la misma cama
y esperamos a que Jorge despertara.
Nunca olvidaré ese grito.
Despertó a todo el campamento.
Primero
comenzó a gritarnos, después me regañó, luego se peleó con Ruggero y
finalmente se fue con Nicolás. Ahí entendí que el plan no era para
hacerlo enojar, sino para que Nicolás pudiera hacerlo su amante de una
vez por todas. Y le resultó, casi.
No recuerdo haber estudiado
nada, me la pasaba haciendo bromas con Nicolás y nadando en el lago con
Ruggero. Cuando saliéramos de aquí teníamos que juntarnos en el año,
eran demasiado divertidos como para dejarlos libres.
(…)
Una
noche, en la que nos quedamos alrededor de la fogata, un chico que
dormía en la cabaña vecina a la nuestra sacó unas botellas de su
mochila.
— ¡Cerveza! —exclamó. Nunca había bebido antes y tampoco
llamaba mi atención. Todavía no puedo comprender que me impulsó a tomar
el primer trago.
Ya era medianoche cuando nos habíamos acabado todas
las botellas, Nicolás le cantaba a Jorge en el oído mientras Federico y
otros chicos bailaban a la luz del fuego.
Yo no sentía los pies,
era como flotar sobre las nubes. El mundo daba vueltas y todo parecía
más brillante a pesar de que el sol se había escondido hace mucho
tiempo.
Me senté en el tronco en el que estaban los chicos, me acerqué a Jorge y pegué mi nariz a su cuello.
— ¿Qué estás haciendo, Martina? —preguntó cuándo sintió mi respiración.
No sabía la respuesta, sólo sentía la necesidad de colocar mi nariz en su cuello, ¿tan difícil era explicar eso?
—Te
estoy olfateando —le dije. Ahora el recuerdo de esa noche era
vergonzoso, nosotros ebrios éramos una amenaza para la humanidad.
—Uhh,
la pareja quiere estar sola… después vuelvo, Jorge —replicó Nicolás con
los ojos desorbitados. Se levantó a duras penas y se fue hacia Ruggero,
saltando y gritando que era el rey del mundo.
—Aquí te espero, pingüino—estallé en carcajadas al oír el apodo de Nicolás.
Después de eso volví a oler su cuello, pasé mi mano por su cabello castaño y me convertí en la chica más cariñosa del mundo.
—Jorge, te quiero mucho ¿sí? También quiero a este tronco, a ese árbol, a la fogata, a Nicolás, a Ruggero…
—No, a Ruggero no —su aliento apestaba a alcohol, pero no me importaba, quería seguir a su lado.
— ¿Por qué no? Es nuestro amigo.
—Él
se acostó contigo —hizo una mueca con la boca y junto las cejas para
dar el aspecto de estar enojado. Yo lo veía más tierno que temible.
—No fue verdad, era una broma… soy virgen, lo juro —hice una cruz con mi dedo sobre mi pecho y le sonreí tontamente.
—Bien, quiero que sigas así hasta que nos casemos.
Reí otra vez, recosté mi cabeza sobre su hombro y lo tomé de la mano, entrelazando nuestros dedos.
— ¿Te quieres casar conmigo? —le pregunté. Era muy tierno.
—Se supone que yo tengo que hacer la pregunta.
—Ok, entonces de nuevo.
Hizo que me pusiera de pie mientras llamaba a todo el mundo, los demás se acercaron aun cantando.
Jorge
cortó una flor silvestre que crecía debajo del tronco en el que
estuvimos sentados, se arrodilló frente a mí y me miró a los ojos.
—Martina
Stoessel, desde el primer día en que te vi me enamoré de ti, me ponía
nervioso estar a tu lado y me sentía feliz con sólo escuchar tu voz, por
eso ¿te quieres casar conmigo? —todos comenzaron a gritar, me decían
que dijera que sí, otros que no.
Estaba tan ebria que preferí
seguirle el juego, porque después de todo yo se lo había preguntado
primero –aunque por una confusión-.
—Sí quiero — Nicolás fue el
primero en aplaudir. Nos abrazó y nos dijo que ya estábamos grandes, que
ya no éramos sus bebés que él crio con tanto esmero por los cuales se
sacrificó por educarlos. Ruggero me tomó en brazos y giró hasta marearme
más de lo que estaba.
— ¡Celebremos la boda! —escuché que dijo alguien, pero no podía distinguir si era conocido o no. Esa noche todos éramos amigos.
Ruggero
se ofreció como sacerdote, dio un discurso sobre lo problemática que
fue la relación entre Jorge y yo, que habíamos tenido que casarnos
porque yo estaba embarazada y un montón de estupideces más.
—Jorge
Blanco, ¿aceptas a Martina como tu esposa para comprarle galletas,
regalarle chocolates y jugar con su perro cuando ella esté durmiendo?
—Sí, acepto.
Me tambaleé un poco y sentí como mi estómago se revolvía. La boca se me puso ácida y la garganta me comenzó a arder.
—Martina
Stoessel, ¿aceptas a Jorge como tu esposo para apoyar a su equipo de
fútbol favorito junto a él, despertarlo con el desayuno hecho y darle la
mejor luna de miel de la historia?
—Sí, acepto —y después de eso, simplemente vomité.
(…)
El
último día de la escuela de verano nos dieron la lista de nuestro
desempeño. Pasé gracias a la ayuda de Jorge, me dio todas las respuestas
de los ejercicios para compensar la vergüenza que sentía por haberse
emborrachado.
Yo también me sentía mal por eso, Nicolás y yo
fuimos los únicos en recordar lo que sucedió esa noche. O lo que pasó la
mitad de ella, ya que después de que vomité perdí la consciencia.
Intercambiamos
números con Nicolás y Ruggero y prometimos volver el año siguiente para
hacer más locuras. Mis padres atribuyeron mi decisión de regresar como
un avance en mi alergia contra los números. Nunca supieron que aquí bebí
por primera vez.
En cuanto a Jorge, era mejor que él nunca supiera que estábamos casados. Aunque fuera de mentira.
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